S E me hace difícil decantarme por "una" maravilla de Navarra. ¡Hay tantas! Pero puestos a elegir, creo que una de ellas es Ujué. Especialmente el día de la Romería de Tafalla, cuando te acercas a la Cruz del Saludo después del largo camino y ves en ese amanecer de primavera y entre la bruma de la madrugada, el conjunto monumental de Ujué.
Cuando entras en el pueblo y andas por esas calles empedradas, en silencio, sólo roto por el pisar firme de los romeros y romeras y por el ruido seco de las cadenas que algunos llevan en sus pies y entras en el sobrio Santuario, que constituye uno de los monumentos más destacados de la arquitectura Navarra de la Edad Media, tanto por su románico como por su gótico.
Y, qué voy a decir de la emoción que sientes, seas creyente o no, cuando ves el fervor y el amor con que las gentes de la Zona Media se acercan a la imagen de la Virgen, a contarle sus cosas, a pedírselas unas veces y a darle las gracias otras. Aunque trates de contenerlas, es inevitable que unas lagrimillas se te escapen de los ojos.
Contrastando con Ujué, me encanta la Selva del Irati. Creo que está catalogada como el segundo hayedo-abetal más extenso y mejor conservado de Europa. Un auténtico tesoro natural en cuya conservación pienso que sin duda han tenido mucho que ver sobre todo las gentes del Valle de Salazar que han sabido explotar el bosque sin esquilmarlo.
Sentarte en el corazón del bosque a ver esos colores verdes, pardos, rojos, azules, grises que sólo el otoño y el bosque saben conseguir, disfrutar del silencio, sólo roto por los pájaros, el viento y el agua, o, percibir el olor profundo, inconfundible del bosque, pisar la hierba y las hojas que crujen bajo tus pies y acercarte al azul turquesa del embalse. En fin, es un regalo incomparable para los sentidos.
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