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ZARZUELA FERNANDO PÉREZ OLLO

Una bruja roncalesa

Actualizada Domingo, 27 de abril de 2008 - 04:00 h.

L A partitura de esta zarzuela grande, fechada en 1887, dice: "A Pablo Sarasate, orgullo de Navarra, gloria de España y admiración de Europa, dedica esta obra su amigo afectísimo Ruperto Chapí". Así Ignacio Aranaz ha sumado al homenaje tácito de Baluarte a Don Pablo esta obra, cuya aceptación quizá le alivie en su pesadumbre filial de estos días.

"La bruja" es un libreto a cuatro manos, de trama sandia, mechado de anacronismos e incoherencias. Se dirá que como muchas otras obras escénicas. Pero no pesan igual las convenciones propias del género -y aun de la escena- que los gruesos errores y licencias del libreto. "La bruja" se sitúa en Roncal a finales del siglo XVII y resulta que el territorio avenado por el Esca aparece próvido en cereales y viña -eso sí que es cambio climático y mis ancestros sin enterarse- y allá llegan pelotaris de al lado, ¡de Vizcaya! Hay un castillo ruinoso, cuya señora, la bruja benéfica, se llama Blanca de Acevedo, linaje que reto a nadie a documentar en cualquiera de los siete archivos parroquiales del valle. Sé de qué hablo. Tampoco es floja invención que en aquellos tiempos esa dama roncalesa, bellísima, por supuesto, se bañase en el río. Y, en fin, la trama se resuelve en un plis plas, cuando muere Carlos II y adviene Felipe V, que acabará con siglos de oscurantismo e Inquisición. Las necesidades del libreto no podían exigir tamañas desfachatez e ignorancia. Entre el último Austria y el primer Borbón en el trono de España hubo una guerra, la de Sucesión, que duró trece años, y sabido es que el golpe definitivo a los señores inquisidores llegó en 1834.

En la música anteayer se acentuó el sabor local folklórico, como parece lógico inevitable. El zortziko, a decir verdad, ningún cancionero histórico lo registra en Roncal. Tampoco la jota, desde luego, y menos en el XVII final. Sabemos, eso sí, a ciencia cierta que, apenas mediado el XIX, Gayarre, aún adolescente, las cantaba e incluso se le atribuye como fruto de su caletre una que no es original suya. Ahora, que la jota se adorne con irrintziriak parece fruto de la corrección dominante: si suena una jota, tiene que haber alguna compensación. En cualquier caso, la jota que entona Leonardo en el primer acto -"No extrañéis, no, que se escapen / suspiros de mi garganta"- es el número sobresaliente de la obra. Tanto que anteayer se repitió para cerrar la zarzuela, cada protagonista una estrofa, pese a que la liberación de la Bruja debería de trastocar los lastimeros suspiros de su capitán en desahogos encalabrinados. Lo que me interesa subrayar es que esa jota no es navarra. Ni por la estructura de la estrofa cantada, ni por la música. Puestos a hilar fino, aquí la jota que se baila no se canta y viceversa: anteayer sí, con buen resultado. Pero es que además Chapí la sacó de un cancionero, detalle que ignora, por ejemplo, Iberni en su estudio de Chapí, del cual el programa de mano reproducía alguna página.

La versión fue muy plausible, diferente, novedosa en el montaje escénico y en la iluminación, cuidados los detalles -no sólo la giganta vestida de roncalesa y la exactitud de la rondalla-, muy superior a las que parecen las únicas posibles en el género.

A ese buen resultado contribuyeron el coro, afinado desde el inicial de las hilanderas al masculino de los soldados, y el grupo de danzas, brioso y ajustado, salvo en la jota final, que les dejó con pasos de sobra. No fue ése el único desajuste, porque hubo algunos entre el foso y el escenario en escenas de conjunto, como el primer concertante del segundo acto. Pero la orquesta intervino siempre con precisión y control. Otra cosa es que, por ejemplo, los ataques iniciales de la obra suenen un tanto pobres.

De los solistas, Rosalía y Tomillodesempeñaron bien sus papeles, ella suelta de actuación y un poco alcanzada en el volumen vocal, que no en el registro, y él limpio de tesitura -debe dar el si bemol3, lo mismo que Leonardo-, claro de dicción y eficaz en la acción, sin caer en la bufonería.

El tenor, Leonardo, bien conocido aquí, desempeñó con seguridad su rol, del que destacaría el "Todo está igual" y sobre todo el dúo con Blanca. Ésta demostró bella calidad tímbrica, comodidad técnica en el fiato -el papel no requiere agilidades- e intensa fuerza expresiva basada sólo en la garganta, cualidad de la que el mejor ejemplo fue el aria del tercer acto, "Inquieto late el pulso". Sin demérito de este papel, que le ha reportado algún premio, sería interesante oírla en otro de mayores compromiso y hondura.


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