Joaquín Sabina (Úbeda, 12 de febrero de 1949) estuvo ayer en Pamplona. Antes de participar en los Diálogos de Medianoche conversó unos minutos con "Diario de Navarra"
Joaquín Sabina ya no vive como antes, pero sigue siendo el mismo. Ingenioso, canalla, irónico, fumador. Eso sí, ya no bebe whisky, sino agua con whisky.
¿Por qué todas mis novias quieren casarse contigo si ni eres guapo ni cantas bien?
Tienes razón, pero escribo las canciones para ligar yo, no para que ligues tú.
¿Dónde encuentra uno alicientes para seguir adelante cuando lo ha vivido casi todo?
Hombre, casi todo, casi todo... Yo nunca tuve la fantasía ni el sueño ni la ilusión de ser cantante. Mi fantasía era ser escritor pero no ser escritor de éxito, sino ser profesor de instituto y escribir novelas que no comprara nadie pero que a mí me parecieran buenas. Lo de cantar ha sido una absoluta casualidad que vino por el exilio en Londres y por ganarme la vida en los bares con una guitarra. Es verdad que eso me ha dado un montón de cosas que no hubiera vivido, pero las he vivido como de prestado. Lo de los escenarios lo vivo como si le pasara a otro.
¿Es canalla o se lo hace?
Me gusta. Eso es común a la mayoría de la literatura que a mí me gusta. Los artistas siempre han contado el mundo de la bohemia o mundos transgresores o al margen. Es difícil escribir una novela buena sobre un oficinista casado, con dos hijos y con una vida normal. Lo normal es que la novela empiece cuando el tipo se acaba de fugar de una cárcel.
¿Se ríe de si mismo?
Eso es condición sine qua non. Quien no sabe reírse de sí mismo no sabe reírse de nada.
¿Qué cosas no le hacen ninguna gracia?
Lo que a todo el mundo, la estupidez, la injusticia, la miseria, la muerte...
Sus canciones están llenas de referencias a las mujeres, ¿por qué no a su madre?
Es por lo de la infancia. Me siento muy solo en eso cuando hablo con amigos escritores que hablan de la infancia como un terreno mítico donde nace todo y están todas las influencias de la poesía. Yo quise a mi madre y a mi padre y no fue una relación nada tormentosa. Sin embargo no creo que haber sido hijo de ellos determine mi vida. De hecho mi hermano y yo recibimos la misma educación y mi él es policía en Jaén y yo, mira lo que soy. Eso cualquier psiquiátra no lo entiende. Yo a mis hijas las he tratado siempre como a personas mayores.
¿Qué les deja a sus hijas además de los derechos de autor?
Espero que el mal ejemplo.
¿Qué canción le hubiese gustado escribir de las que no son suyas?
Unas 30 de Bob Dylan, 8 o 9 de Silvio Rodríguez, todas las letras de Krahe y todas las de Jose Alfredo Jiménez. Muchas de Violeta Parra. Y me gustaría tener la voz de Louis Amstrong.
¿Qué se siente cuando a uno le perciben como un genio y uno se da cuenta de sus imperfecciones?
Yo no creo que me perciban como un genio y en cualquier caso yo sé protegerme de las miradas ajenas, sobre todo si son tan exageradas como esas. Yo vivo conmigo todos los días y te aseguro que... (risas).
Después de su enfermedad se ha rodeado de poetas, ¿le dan peor vida que antes?
Claro, yo creía que me iban a llevar a la vida sana y son unos borrachos impresentables. Salí de las drogas y el rock and roll y me metí en la bohemia literaria, lo que pasa es que tienen muchísimo talento y no es lo mismo perder la noche en bares con babosos cocainómanos que te vomitan encima que perderla con estos tipos maravillosos que te enseñan mucho.
¿Está Sabina mejor que nunca?
No(risas). Estoy muy contento de estar vivo y de estar en Pamplona, pero echo de menos determinadas intensidades que tenía cuando había sexo, drogas y rock and roll.
¿Son malos tiempos para el compromiso?
Yo tuve mucho miedo antes de las elecciones de que volviera esa cosa rancia, el olor a sotanas, ese olor de cuarto de banderas, esa cosa horrible. Y por primera vez en mi vida pensé que había que apoyar el voto útil y lo hice. Estos (refiriéndose a sus amigos y señalando al poeta Benjamín Prado, a su derecha) me retiraron el saludo un mes o dos.
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