Se impuso ayer a Leiza en el partido más largo y duro del torneo
La última vez que un partido del Manomanista sobrepasó la barrera de los 320 pelotazos fue el 22 de abril de 2007. Entonces se cruzaron 326, y los protagonistas de semejante paliza fueron los mismos que ayer se retaron en el Astelena: Oinatz Bengoetxea e Íñigo Leiza. La catedral eibarresa vivió otro choque eterno (hora pasada de esfuerzo y 313 pelotazos a buena) y, de nuevo, un triunfo agónico del delantero navarro (22-18).
Posiblemente los Leiza-Bengoetxea sean el partido más completo que se puede ver hoy mano a mano. No tanto en calidad, sino porque hay de todo. Menú completo. Trabajo y entrega sin reservas por parte de los dos (el de ayer es el partido más largo y trabajado de los dos últimos manomanistas), detalles técnicos sorprendentes combinados con muchos errores de bulto (entre Bengoetxea y Leiza sumaron 14 pelotas tiradas de 40 tantos, diez para el navarro), emoción y tensión en el marcador hasta el límite. De hecho el electrónico no terminó de romperse hasta la igualada a 18 tantos.
Pasar con diez errores
Ni Bengoetxea ni Leiza son manistas de físico ni pegada portentosa. Pero en ambos casos se trata de gente muy pelotari, adscritos a esa frase de "a este hay que ganarle". Gente trabajadora hasta la extenuación, como ayer en el Astelena.
El choque navegó a tacadas. Primero con un inicio atrincherado en el que Leiza incomodó al navarro jugando en largo y al que éste respondió a base de sotamanos. Después con una remontada de Oinatz en su mejor rato a base de saque-remate con el que volvió loco al vizcaíno (del 7-3 al 7-9), pero no fue suficiente. Desde ahí el partido se empeñó a navegar entre errores, se contabilizaron una decena hasta el 18-18 más fruto de la precipitación al buscar soluciones que otra cosa.
Después de 280 pelotazos y una hora de esfuerzo, la eliminatoria se plantó en un 18-18. Y ahí el carácter competitivo de Oinatz, su cabeza fría en una situación límite y el acierto con un pelotazo atrás, un par de dos paredes a volea de aire y un saque le llevaron a una gloria agónica y trabajada.
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