E L detalle primero fue singular: antes de ponerse nadie a torear, rompió una ovación como si fuera un brindis al sol. Y después del paseo, otra más rotunda y con la gente en pie, de modo que los espadas tuvieron que salir al tercio a saludar montera en mano. El ¡vivan los toros y vivan! de Barcelona. Era la corrida de inauguración.
El Ventorrillo dio un toro de sobresaliente nobleza, Lavador, 537 kilos, cuarto de la tarde, que se arrastró sin orejas y estuvo a punto de ser premiado con la vuelta al ruedo. No por lo bravo en el caballo, aunque tampoco manso. Sí por su templada codicia. Por su calidad y su ritmo. Tenía el presidente el pañuelo azul en la mano. Pero de pronto volaron los mulilleros. Las orejas del toro las blandía El Cid en las manos. Una estocada en corto y por derecho, y casi letal. Sin puntilla el toro, y eso fue la segunda oreja. Una faena segura y volátil. A ratos leve y ligera, en algún momento soberbia. De encontrar toro siempre porque siempre estuvo el toro: en distancia y en corto, por las dos manos, a son. Embestidas vivas y ahormadas en el limpio vuelo de la muleta de El Cid. Más el vuelo que el fondo mismo. Lo que tuvo la faena fue decisión, sentido de la colocación, velocidad y fluidez. Más hechos que ideas. Rapidez de pensamiento más que improvisaciones. Y hasta cierta ansiedad porque no se podía de ninguna manera ir un toro así de bueno. Faltó una tanda redonda, de no perderle pasos al toro, pero se tuvo el conjunto. Con sus variaciones menores sobre una y otra mano.
Como el toro de la fiesta llegó en el momento preciso, el espectáculo se sostuvo. Antes Talavante hizo con el tercero cosas caras. Un toro que tenía su fondito reservón y perturbador. Que arreaba o se frenaba también. En los medios le encontró la manera Talavante y, firme y encajado, la muleta por delante, le pegó y le ligó en el sitio al toro tres templadas tandas de enjundia. Tal vez lo mejor de Talavante en lo que va de curso. A pies juntos. Un par de lazos memorables. Todo al traste porque no pasó Talavante con la espada.
El preludio y el postre fueron de otra manera. En uno y otro brilló con las banderillas El Fandi. Casi a pelo los tres pares de cada uno de los dos tercios. Pero no mucho más antes de banderillas. Tampoco después. El Cid ya avisó con el primero de la tarde de que arrancaba en racha. Bien tramada la faena. Buen gobierno. El sexto, protestado por claudicar y por aplomarse, fue toro deslucido, distraído y sin empuje. Hizo viento. Talavante dibujó tres hermosos estatuarios muy a la mexicana en la apertura. Un desarme luego. Dejó de pasar y venirse el toro.
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