Ambas coinciden en señalar el "impacto" del contacto directo con la pobreza y la falta de medios, pero también del cariño y la "buena acogida" de las gentes del Sur. Y es "duro" regresar a casa y volver a la rutina, que ya no es la misma porque "algo ha cambiado" por dentro. Así lo reconoce Marta Sanz Azcona, puentesina de 23 años y diplomada en Trabajo Social, que regresó hace poco de una estancia de cuatro meses en Guatemala.
Fue con los Carmelitas Descalzos, para colaborar con las Hermanas de Betania en San Pedro de la Laguna, una ciudad a orillas del paradisíaco lago Atitlán, "muy turística", pero donde no dejaba de haber pobreza. "Las monjas gestionan dos colegios, un dispensario parroquial y un comedor infantil y estuvimos haciendo un estudio de necesidades", relata la joven, todavía con medio corazón allá.También pasó dos meses en una aldea más pobre, Argueta, donde se ha creado una asociación para promover el desarrollo de la zona. "Me está costando volver a la realidad, pero ha merecido la pena", afirma Marta Sanz. "Te toca mucho, algo cambia, pero también te da mucha energía y aprendes a valorar otras cosas".
De parecida opinión es Edurne Petrerena Asurmendi, pamplonesa de 30 años y trabajadora social, que viajó con la ONG Proclade en el 2005 a Nicaragua, a un barrio de la capital, Managua, con 11.000 habitantes y muchos problemas de "pobreza extrema", pandillas... "Estuve 6 meses con una asociación local que ofrece atención social, apoyo psicológico, etc. y una farmacia comunitaria", con unos medicamentos más baratos.
Admite que son experiencias que "enganchan". Tanto que al volver ella y otras dos compañeras crearon en Pamplona la ONG Nahimsa para seguir colaborando, ahora "desde aquí".
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