"Hay que echar cuentas, prescindir de un sueldo, aplazar proyectos como cambiar de casa o coche y tirar de los ahorros: calculo que me ha costado unos 12.000 euros, pero ha valido la pena", declara V. Navarro, 40 años y padre de dos hijos, después de seis meses entregado a Nicolás, el más pequeño. "Con mi primer hijo estaba plenamente dedicado a mi profesión y ni me lo planteé. Me arrepentí. Cuando nació el segundo, decidí que no podía perdérmelo", señala. "¿Estás en paro?", le preguntaban en el parque donde, a diario, con su niño, coincidía con madres y cuidadoras de otros bebés. Los abuelos también desconfiaban de que pudiera hacerlo bien. La experiencia fue "estupenda" y ha enlazado con una reducción de jornada. Una de las mayores satisfacciones -dice- es cuando Nicolás, "al vernos, me echa los brazos a mí, en vez de a su madre". Otra, oír las alabanzas de la pediatra sobre lo bien que le cuida. Una vivencia así te "abre los ojos", asegura. "Permite ver que tu profesión no es tan importante, a no ser que sólo vivas para ello, y lo duro que es el trabajo de la casa. Un no parar".
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