Los toreros cortaron un total de ocho orejas y dos rabos antes un ganado que dio mucho juego
El festival benéfico de ayer tardará en olvidarse, tanto por el juego del ganado como por las ganas que pusieron en el ruedo los seis diestros, que torearon desinteresadamente. Sólo falló el tiempo y la asistencia, que, siendo buena, tenía que haber sido mayor.
Por un lado, el éxito vino dado por el juego del ganado, que peleó bien en varas y ofreció, salvo el sexto, gran juego en el último tercio. Los tres primeros tuvieron calidad; repitieron humillados con nobleza aunque también alguno punteó y otros embistieron algo rebrincados. La clase vino dada por el cuarto, que siempre fue a más; sólo le faltó un punto más, mínimo, de fuerza. Y también por el quinto, que, algo congestionado en el inicio de faena, se arrancó pronto, galopó alegre, hizo el avión, como el anterior, al tomar la muleta y quiso siempre más faena. Cinco ejemplares que hicieron sentirse orgulloso al ganadero, quien regaló el sobrero, utrero que no pudo lidiarse por la tormenta que ya se barruntaba en los tendidos.
Abrió el festival Pedro Gutiérrez Moya, Niño de la Capea, que meció la capa con regusto a la verónica y por chicuelinas. Su faena se basó en derechazos limpios y naturales a pies juntos, todo ejecutado con la serenidad de un sabio del toreo. Su estocada hizo innecesaria la puntilla y fue el colofón a un trasteo de dos orejas, aunque el palco no lo vio así.
Seguidamente, Conde esparció en el ruedo gotas de su inspiración, peculiar y genuina. Se lució con la capa a la verónica y por chicuelinas. Con la muleta, dudó algo inicialmente ante el rebrincado utrero pero luego se sintió muy a gusto ante él, con un toreo barroco, por exceso de florituras, casi rococó. Tras un pinchazo, el malagueño firmó con una buena estocada su reconciliación con la afición tafallesa. De las manos de Uceda Leal llegó la pureza del toreo. El madrileño dibujó derechazos y naturales largos, llevando hasta el límite la noble embestida de su utrero, siempre con temple y limpieza. Un pinchazo impidió que paseará las dos orejas.
Juan Bautista tuvo ante sí el utrero de la tarde, Acribador, un derroche de clase y bravura. Chicuelinas y tafalleras, y tres alegres pares de garapullos, dieron paso a un trasteo en el que dio distancia al citar y ligó después las series, a una faena bañada en suavidad por ambos pitones y culminada con una estocada hasta el puño. Con Tejela llegó el alboroto. Compartió rehiletes con Uceda y Bautista, y los tres disfrutaron. Su faena, ajustada y medida; su toreo, de calidad, de tanta que acabó gustándose ante un novillo que fue a más y acabó desparramando bravura, como el anterior. El de Alcalá de Henares culminó su obra con una estocada hasta la bola. Por último, Simón tuvo el santo de espaldas. Su novillo fue el menos bueno del encierro y, para colmo de males, el diestro tafallés se quedó sin luz, por ese nubarrón negro que cubrió la plaza. El espada puso voluntad, se entregó y robó muletazos meritorios.
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