Una de las esperanzas de los empresarios es la obra civil, que suele caer en los años electorales
LA saturación del mercado de la vivienda, lastrado por precios desmedidos durante años, y la "puntilla" de la crisis subprime dejaron temblando a muchas empresas y a las mismísimas estadísticas de empleo, que empiezan a resentirse por el parón del ladrillo. Las grandes inmobiliarias manejan datos nada tranquilizadores.
El lobby cree que, si el número de pisos iniciados cae de manera pronunciada, la destrucción de empleo en el sector puede llegar a los 466.000 puestos de trabajo directos, sólo este año.
Aún así, el grupo insiste en que la compra de una vivienda es una inversión rentable a largo plazo, y augura rebajas en las cuotas de las hipotecas a partir de abril por un recorte del Euribor. No obstante, los expertos dudan de la capacidad del resto de la construcción de absorber a los parados del negocio residencial.
Aunque las estadísticas de iniciación de pisos, visados y transacciones llegan siempre con varios meses de retraso, el consenso en el sector es que hoy todo está congelado. Muchas de las promociones pensadas para la segunda mitad de 2007 se pospusieron para tiempos mejores, y otras que ya estaban en marcha se pararon por completo. El porqué es claro: no se vende casi nada y las obras cuestan un buen dinero, que cada día está mas caro. La prueba está en las mismas calles, repletas de carteles; y en las obras, donde las casetas o no funcionan o se retiraron.
Impacto indirecto
Los cálculos de las grandes inmobiliarias señalan que de unas 503.000 casas vendidas en 2007 se pasará este año a comercializar 305.000. Ese recorte supondrá que el empleo directo en la vivienda caerá de 1.188.000 trabajadores a poco más de 720.000, un 38,7% menos o, lo que es lo mismo, 466.000 puestos destruidos por el frenazo del ladrillo.
De ese contingente de desempleados, muchos de ellos con poca o ninguna formación, las empresas calculan que el resto de la construcción podría rescatar a apenas 40.000, con lo que la destrucción de empleo neta afectaría a 426.000 personas.
Pero el problema no se queda ahí, ya que esos números se refieren sólo a los empleados de las obras, pero obvian el impacto indirecto. La vivienda no sólo da de comer a quien pone los ladrillos, sino también a miles de empresas que se dedican a instalar cortinas, cocinas o puertas de garaje. Esos pisos que no se van a hacer o a vender también dejarán en situación precaria a quienes iban a amueblarlos, a decorarlos o a asegurarlos. El Gobierno lo sabe y acelera sus planes para intentar recolocar, a base de formación, a estos parados en sectores como la industria o los servicios.
Una de las esperanzas de los empresarios es la obra civil (puentes, carreteras, puertos, ferrocarriles, hospitales o cárceles), que, desgraciadamente, acostumbra a caer de modo notable en años electorales. Pero además -y los grandes constructores lo reconocen, aunque sólo en privado-, ese tránsito de trabajadores es difícil, pues el negocio residencial no tiene nada que ver con la obra pública, mucho menos intensiva en mano de obra.
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