E L picante de la emoción fue nota constante de la corrida entera. La variada y nada sencilla personalidad de los seis victorinos. Cada uno de una manera. Los cambios de carácter de todos ellos. Brasa latente. No sólo Ferrera con la segura y redonda faena de apertura. Los tres de terna dieron la talla. A Chaves le costó algo más con un quinto espectacularmente bello. Cárdeno, largo, tocado y engatillado, un toro atleta de sólo 485 kilos y cumplido trapío, pero de incierto punto.
Sólo esa batalla del quinto de corrida tuvo por vencedor a los puntos al toro. De todas las demás salieron airosos los matadores. El propio Ferrera, en su segundo turno, con un toro descarado, bizco, artero, indispuesto, violento, rebanador, que intentó saltar al callejón tres o cuatro veces. Turno para poner la electricidad del gentío a mil por hora: la entrega de Ferrera, la sensación de mascarse la cogida, de esgrima y péndulos, de tú o yo y va a ser que yo. Triunfo fuerte de Antonio Ferrera. También Chaves pudo con el segundo y sintió que el quinto lo medía y miraba más de la cuenta. Y no se confió. Estuvo puesto donde más se revolvía el toro. Incómodo. Luis Bolívar apareció muy distinguidamente. Cambiado. Para bien y mejor. No fue sólo que, crecido como torero en la finca de Victorino, pareciera conocer y entender de antemano lo que cada uno de sus dos toros llevaba dentro. Fue algo más: la prestancia, la manera de estar delante y en plaza, el encaje muy sereno, la soltura. En aire de torero caro y en una ocasión tal vez no propicia pero muy valiosa. Porque una corrida de Victorino todavía repercute, y más si es la primera del año.
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