El tiempo se para. Se abre un armario, el de la cabeza, y da tiempo a ordenarlo. Más o menos, así define Maialen Avizanda, una arquitecta pamplonesa de 31 años, lo que para ella implica el correr, un deporte que le gusta practicar sin compañía. Comenzó hace dos años, primero en el gimnasio y luego al aire libre. "Es una válvula de escape, la mente se te queda en blanco... Me ha ayudado a afrontar problemas gordos".
Y explica que le proporcionaba bienestar, tanto, que llegó a practicarlo a diario. "Sí se sufre, pero al final, es como un coche que va a 120, no lo notas". Sus rodillas, algo sí. "Como nadie te asesora, te puedes pasar, ahora he bajado el ritmo", matiza y agrega otro beneficio del correr: "Lo he probado en viajes y descubres los sitios de otra manera".
Y si dejas de correr, lo echas de menos y mucho. Que se lo digan a Kike Ilzarbe, otro pamplonés, operario de 34 años, quien ahora está de baja. "Empezar a correr ha sido muy importante, me ha abierto fronteras". Las primeras, las de su ciudad y los alrededores. "Te metes por aquí y por allá y conoces un montón de sitios, te da libertad, despierta tu curiosidad, y eres más consciente de la contaminación", comenta quien cuando sale a correr lleva ositos de gominolas. "Lo leí en la revista Runners", ríe.
Su primera experiencia fue la San Silvestre de hace cuatro años. Decidió acompañar a su cuñada y se adentró en una rutina. Corre solo, con amigos o con su "perrica" y ya ha participado en la Behobia-San Sebastián, la Media Maratón de Pamplona, la de Vitoria... "Al principio era un viva la vida", recuerda respecto a la preparación. Hoy, en su salón, conserva algún trofeo de un deporte que le ayuda "a limpiar la cabeza" y que ha contribuido a un "cambio de vida".
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