El Real Madrid no
pudo con la intensa presión navarra y acabó desquiciado sabiendo que la Liga se le escapa
El osasunismo recobra vida con un triunfo como el de ayer. Andaba la parroquia rojilla muy necesitada de noches así. Noches mágicas en las que equipo y grada juntan toda su energía para imponerse a una constelación de estrellas. Las blancas se apagaron en el Reyno. Las rojas brillaron con luz propia. Fue una descomunal lección de derroche, casta y agresividad, valores que estaban en el olvido.
pudo con la intensa presión navarra y acabó desquiciado sabiendo que la Liga se le escapa
Osasuna no sólo aguantó el combate físico que planteó sino que terminó por llevárselo a su terreno. El Real Madrid acabó desquiciado, roto y descompuesto. Los gestos de Cristiano Ronaldo ejemplificaron la imagen de la impotencia. Él y sus compañeros estuvieron siempre rodeados de camisetas de color rojo, maniatados por un Osasuna sencillamente entregado al límite de sus fuerzas.
En el día en que el Madrid pudo decir adiós a la Liga, el equipo de Camacho emergió cuando pocos lo esperaban. Se rompieron quinielas. El punto álgido de los decibelios llegó cuando Camuñas batió en el mano a mano con habilidad a Casillas. Maduraba ya el duelo. Fue una acción típica de lo que planteó Osasuna: disputa por todos y cada uno de los balones.
Una emboscada perfecta
Nunca lo ha pasado el Madrid bien en Pamplona. Y le seguirá ocurriendo lo mismo si Osasuna y su afición le ponen tantas trampas en el camino. La emboscada rojilla salió perfecta para sumar mucho más que tres puntos y sanar algunos males, aparte del gran gustazo que quedó presente para todos.
Fue la noche en que Aranda dio una exhibición de potencia del 1 al 90; la noche en que Camuñas ofreció un recital de clase; y la noche en que Sergio impartió una demostración de cómo defender. Ricardo también estuvo en su sitio. El meta abortó las dos llegadas más peligrosas del Madrid en el primer tiempo, a disparos de Benzema y Cristiano. El francés fue el más activo. Di María apareció y desapareció, y Ozil sacó su calidad con cuentagotas. Osasuna ya estaba dando muestras de solidez. Adelantó sus líneas y no dejó circular al rival. Su acordeón defensiva fue de libro.
Sin su timón Xabi Alonso hasta la segunda mitad, el Madrid jugó desordenado. En este caso, su talento quedó minimizado. Cristiano comenzó su noche aciaga de errores. Quiso lanzar de todos los costados, pero su efectividad fue nula. Damiá le sopló siempre en la nuca. Su marcaje resultó formidable, al igual que el equilibrio que dieron Puñal y Soriano en el doble pivote. Lass y Khedira no pudieron hacer funcionar al Madrid.
Osasuna no sólo vivió de su excepcional presión. Avisó con un disparo de Coro a los tres minutos y siempre provocó dudas al enemigo. Casillas, Albiol y Ramos temblaron con el empuje de Aranda y compañía. Pandiani fue otro miura que embistió sin balón, aunque pagó la inactividad. Camuñas le puso un balón de oro que cabeceó por encima del larguero. De éstas no suele desaprovechar.
Aranda, matrícula de honor
No hubo que lamentarse, porque Osasuna siguió con el tanque lleno en la segunda mitad. Su derroche adquirió más mérito. Vadocz salió por Soriano, amenazado con tarjeta. Cristiano siguió reñido con el mundo y el Reyno. Sus balones se fueron a Graderío Sur. Camuñas tuvo el honor de poner patas arriba el estadio. Aprovechó un balón prolongado por Pandiani y Aranda, su fiel amigo y ayer asistente.
Con media hora por delante, Osasuna aguantó. Mourinho quemó naves de una tacada. Alonso, Kaká y Adebayor se unieron en el campo a Cristiano, Ozil y Benzema. Carvalho se quedó como único defensa. El órdago blanco se tradujo en posesiones más propias de balonmano que de fútbol.
Osasuna multiplicó sus esfuerzos. Apenas concedió un tiro libre de Ozil y un cabezazo de Benzema. Como muestra de su capacidad física y mental, se permitió el lujo de cruzar la raya del centro del campo con peligro. En una de esas veces, Aranda sorteó a sus rivales sobre la línea de fondo. Fue una de las mejores acciones, digna de fuerza. Sólo Arbeloa impidió el gol de Vadocz. El malagueño acabó el partido exhausto, al igual que sus compañeros. Fue muy grande.
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